En sus primeros días de vida, al jugar unos con otros, los cachorros no refrenan su mordida y sus afilados dientecitos provocan que los hermanos emitan gruñidos y quejidos de dolor, negándose a jugar. Cuando el cachorro comprueba que el el juego del mordisqueo debe controlarse de forma progresiva, en caso contrario, si sólo lo prohibimos, el perro adulto no sabrá que sus mandíbulas pueden ocasionar dolor y ello provocará continuas trifulcas con otros perros en la calle. Enseña al cachorro a controlar sus maxilares. Si te mordisquea las manos con fuerza, lo sujetas por la piel de cuello, levantándolo ligeramente y diciendo firmemente «¡no!» lo sientas y dejas de jugar inmediatamente.
También puedes gritar, fingiendo un gran dolor para que se asuste y te suelte. Entonces dejas de jugar con él. Cuando el cachorro vea que mordiendo fuerte pierde a su compañero de juegos, tendrá más cuidado. Dejas pasar unos minutos y reanudas el juego, así cuantas veces sea necesario. La presión de los mordiscos disminuirá progresivamente. Una vez que el animal controle la presión de sus mandíbulas no debemos permitir nunca que el cachorro inicie el juego de mordisquear, salvo que nosotros le invitemos a ello.
¡No te dejes mordisquear pretextando que un cachorro! Si el cachorro tiene problemas para controlarse, no permitas los juegos de tracción mientras el control de la mordida no esté adquirido.